La Esclerosis Múltiple (EM) es una enfermedad autoinmune con carácter crónico y degenerativo del Sistema Nervioso Central (SNC) que afecta al cerebro y médula espinal, provocando la inflamación y desmielinización de la materia blanca (Torres et al., 2019).
Esta pérdida de mielina dificulta la transmisión neurológica, que causa una reducción o pérdida de función. Esta enfermedad afecta principalmente a la población adulta joven, normalmente entre los 20 y 40 años, teniendo una probabilidad de desarrollar la enfermedad entre un 1.9 y un 3.1% mayor en las mujeres que en los hombres (Hernández, Romero & Izquierdo, 2011)
En la actualidad, se encuentra que en España 47.000 personas sufren esta enfermedad, 600.000 en Europa y 2.500.000 en todo el mundo, siendo el 70% de estos casos mujeres.
Es una de las causas más frecuentes de discapacidad neurológica en adultos jóvenes. No en vano, la esclerosis múltiple, después de los traumatismos, es la causa más frecuente de discapacidad en adultos jóvenes y de mediana edad (Hafler, 2004).
La causa concreta por la que se produce la enfermedad aún es desconocida, aunque se piensa que puede ser desencadenada por una respuesta autoinmune o incluso se apuntan a posibles causas medioambientales, virales y genéticas (Burks & Jhonson, 2000).
Su curso no se puede pronosticar, y puede variar mucho de una persona a otra, pero, a los 15 años desde el inicio de la enfermedad, el 50% de los afectados es incapaz de caminar de forma autónoma. En el curso de la enfermedad se ven afectados la mayor parte de los sistemas funcionales neurológicos (Páramo & Izquierdo, 2007), siendo las principales limitaciones en los pacientes de esclerosis múltiple las alteraciones motoras y la fatiga, aunque existen otros síntomas que a menudo pueden alterar indirectamente la actividad física, como trastornos visuales, oculomotores, alteraciones genéticas e intestinales (Calero, Hernández, López & Zafra, 2002).
Específicamente la inflamación, desmilienización y daño axonal provoca una transmisión inadecuada del impulso nervioso, dificultando así la contracción muscular. Esto a su vez reduce la capacidad de producir fuerza (Gallien et al., 2007), especialmente en el tren inferior (Lanzetta et al., 2004; Freeman et al., 2012), lo cual a su vez desemboca en una pérdida global del equilibrio, que se manifiesta especialmente en la marcha (Martin et al., 2006).
BENEFICIOS DEL EJERCICIO EN ESCLEROSIS MÚLTIPLE
Durante muchos años, se recomendaba a los pacientes de EM evitar la actividad física por la fatiga y los trastornos térmicos que pudiesen ocasionar. Sin embargo, en la actualidad contamos con suficiente evidencia científica sobre la eficacia del ejercicio en la mejora de la calidad de vida y la condición física de estas personas (Motl & Pilutti, 2012).
En esta línea, los cambios que se producen debido a la enfermedad se pueden atenuar con el entrenamiento de fuerza a corto plazo debido al efecto de este tipo de entrenamiento sobre los parámetros neuromusculares relacionados con la producción de fuerza, como puede ser el incremento del reclutamiento de las unidades motoras, la ratio de descarga y la sincronización de fibras musculares (Rice & Keogh, 2009). En consonancia con esto, teniendo en cuenta que los pacientes con EM muestran una mayor reducción de potencia del tren inferior que de fuerza máxima (Cruickshank, Reyes, y Ziman, 2015), y que esta parece estar más relacionada con deterioro de la función ambulatoria (Medina-Pérez, 2014), parece lógico pensar que dicho entrenamiento puede mejorar la funcionalidad en las actividades de la vida diaria y el equilibrio.
El aumento del sedentarismo en estas personas, provocado por su enfermedad, conduce a cambios en su composición corporal (Rietberg, 2005), implicando así pérdidas de masa magra y densidad mineral ósea o aumento la de masa grasa. La densidad mineral ósea es especialmente importante, ya que es menor en personas con EM que en personas sanas, factor asociado al riesgo de fractura (Dobson, Ramagopalan, & Giovannoni, 2012). La discapacidad física es el principal impulsor en la pérdida de masa ósea junto con la duración de la enfermedad y dosis de tratamiento (Huang et al., 2015). Por tanto, las personas con EM tienen un alto riesgo de sufrir osteoporosis. Por otra parte, en la EM la debilidad y la rigidez muscular, junto con la descoordinación provocada por la espasticidad, llevan a la pérdida de estabilidad teniendo que modificar la postura corporal y el patrón de marcha (Ayán, 2006).
En el estudio de Pilutti et al. (2014) se afirma que un programa de ejercicio encontró un aumento tanto en el contenido mineral óseo como en la DMO, siendo el incremento de esta del 0.9%. También existen evidencias recientes sobre la mejora de la fuerza muscular y la DMO con entrenamiento en plataforma vibratoria (Yang, et al., 2018). El ejercicio preserva la masa y la fuerza ósea, previniendo la muerte de células óseas.
Otro factor afectado por la enfermedad es la fuerza muscular. La investigación científica sobre esta materia ha demostrado que los pacientes con esclerosis múltiple muestran menores niveles de fuerza isométrica, isocinética e isotónica en comparación con personas sanas, siendo esta debilidad mayor en las extremidades inferiores (Petajan et al., 1996). Según Kent-Braun, Sharma, Weiner & Miller (1994), la disminución de fuerza en los pacientes de EM se debe a trastornos metabólicos musculares, por lo tanto, se debe intentar mejorar la fuerza, sobre todo de los grupos musculares no afectados, con objeto de compensar las deficiencias.
Actualmente, los ejercicios encaminados a mejorar la producción de fuerza parecen mostrar una reducción del deterioro de la contracción muscular provocado por la enfermedad (Dalgas et al., 2013; Kjølhede et al., 2012). Concretamente, este entrenamiento se ha mostrado eficaz para mejorar la actividad muscular observada mediante electromiografía de superficie (Dalgas et al., 2013). Estas mejoras en la contracción muscular pueden suponer incrementos de la fuerza muscular de hasta un 36% dependiendo de la metodología de entrenamiento empleada (Jorgensen et al., 2017). Existen también estudios en los cuales, como resultados de un entrenamiento de fuerza los pacientes alcanzan un mayor equilibrio, coordinación y confianza en sí mismos (Summers, McCubbin & Manns, 2000).
El ejercicio desencadena exacerbaciones de los síntomas en más del 40% de los pacientes con EM durante e inmediatamente después del ejercicio. Sin embargo, esta condición es temporal y se normaliza después de media hora tras finalizar el ejercicio para la mayoría (85%) de los pacientes. Esto parece estar relacionado con el aumento en la temperatura central durante el ejercicio. El entrenamiento de fuerza incrementa menos la temperatura y podría ser el ejercicio más recomendado (Dalgas et al, 2008).
El estudio de Merico et al., (2018) encontró beneficio en la independencia funcional, en la potencia muscular, el consumo de oxígeno y la fatiga. En conclusión, el ejercicio de intensidad moderada es beneficioso en estas personas, ya que ayuda a evitar el desacondicionamiento y la atrofia muscular resultante de la inactividad progresiva.
Por último, un programa combinado de fuerza y aeróbico de 12 semanas fue bien tolerado por los pacientes y mejoró la calidad de vida al incrementar la capacidad para caminar y el equilibrio, y reducir la depresión, la fatiga y la gravedad de la enfermedad (Grazioli et al,. 2019).
En conclusión, el ejercicio tiene un papel fundamental en paliar el deterioro funcional asociado a la enfermedad y permite obtener mejoras tanto a nivel físico como psicológico para las personas que padecen esta enfermedad.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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muy interesante. por favor podrías dar algunos TIPS de ejercicios para personas con EM? gracias
Incluir ejercicios respiratorios, de movilidad (muy útiles ante la espasticidad), de estabilidad (para disminuir la pérdida de autonomía y equilibrio) y de fuerza (básico a nivel neuromuscular y para evitar la atrofia resultante de una posible inactividad progresiva). Gracias a ti.