El músculo es muy plástico, sufre una remodelación regular y es responsable de la mayor parte de la utilización de la glucosa corporal total, que cuando se deteriora conduce a la resistencia a la insulina. Además, el deterioro de la integridad muscular, definido como pérdida muscular persistente, acumulación de lípidos intramusculares o depósito de tejido conjuntivo, es un sello distintivo de la disfunción metabólica. Entonces, podemos afirmar que existe una estrecha relación entre las complicaciones metabólicas y musculo-esqueléticas. El aumento de la adiposidad visceral está relacionado con la inducción de mayores niveles de mediadores catabólicos y, en última instancia, con el daño tisular. Además, la presencia de hipertensión puede estar relacionada con el daño tisular a través de la vasoconstricción y puede acabar privando a los tejidos del intercambio de nutrientes adecuado. Además, se especula que el colesterol alto vincula la desregulación del metabolismo lipídico y la disfunción endotelial, y se ha asociado directamente con daño tisular en los tendones, disminución de la densidad mineral ósea y osteoartritis. De esta conexión metabolismo-músculo nace el concepto “adipaging” que hace mención a un envejecimiento no saludable basado en el aumento y disfunción del tejido adiposo y en la pérdida de masa muscular y fuerza, que ocasionan un incremento en el estrés oxidativo, en la inflamación y una mayor disfunción del sistema inmune. Esta combinación de factores de riesgo aumenta la probabilidad de desarrollar resistencia a la insulina, diabetes, inflamación crónica, enfermedad cardiovascular, cáncer, osteoporosis y enfermedades neurodegenerativas. Fomentar cambios en el estilo de vida de los pacientes es fundamental, ya que se ha visto que un estilo de vida con peores hábitos (basado en una alimentación menos saludable y menores niveles de actividad física diaria) ocasiona alteraciones en la masa muscular (peor regeneración, mayor fibrosis, mayor infiltración de grasa dentro del músculo, menor capacidad de contracción, etc.) que acaban alterando nuestra salud metabólica (menor translocación de glucosa, mayor resistencia a la insulina, inflamación y peor salud mitocondrial), lo que reduce la fuerza, la masa muscular y el rendimiento diario y se traduce en mayores limitaciones en la movilidad, más restricciones en la vida diaria y más riesgo de hospitalización y mortalidad.
El Síndrome Metabólico (SM) es un grupo de trastornos que incluyen, además de las ya citadas diabetes e hipertensión, dislipemias y obesidad central. El SM se caracteriza por la aparición de diversas alteraciones metabólicas, e inflamatorias a nivel molecular, celular o hemodinámico asociadas a la presencia de resistencia a la insulina. Es numerosa la evidencia que afirma que la actividad física y el ejercicio son la forma más eficaz de prevenir y controlar los factores de riesgo relacionados con el SM. Como ya se ha mencionado anteriormente, el ejercicio es fundamental en la prevención y tratamiento de la diabetes y la hipertensión. Además, el aumento de los niveles de lípidos es una de las causas más importantes de SM y el ejercicio tiene un impacto positivo sobre el perfil lipídico. También, el ejercicio aumenta la tasa metabólica basal, ayuda a mejorar la composición corporal (aumentando la masa muscular y reduciendo el tejido adiposo) y ayuda a controlar el peso.
Por otro lado, la inflamación crónica promueve el desarrollo de resistencia a la insulina, aterosclerosis, neurodegeneración, crecimiento tumoral y, por tanto, el desarrollo de enfermedades crónicas.
Desde hace años se considera al músculo esquelético como un órgano endocrino, por su capacidad de producir y secretar diferentes citoquinas (mioquinas) que ejercen sus efectos de manera autocrina, paracrina o endocrina. El músculo esquelético produce mioquinas en respuesta al ejercicio, lo que permite la comunicación cruzada entre el músculo y otros órganos, incluidos el cerebro, el tejido adiposo, los huesos, el hígado, el intestino, el páncreas, el lecho vascular y la piel, así como la comunicación dentro del sistema nervioso central. Estas mioquinas ejercen efectos endocrinos específicos sobre diferentes tejidos (como la grasa visceral y otros depósitos de grasa ectópica) y median los efectos antiinflamatorios. Esto convierte al ejercicio en factor protector contra una serie de enfermedades crónicas asociadas con estados de inflamación crónica. El ejercicio físico es el mejor antiinflamatorio natural ya que actúa sobre la inflamación sistémica a través de diferentes mecanismos:
- Disminución de los depósitos de tejido adiposo, en especial de grasa visceral, que representa un tejido activo con capacidad pro-inflamatoria. La pérdida de peso está asociada a una reducción significativa en los niveles de proteína C reactiva (marcador de inflamación).
- Sesiones repetidas de ejercicio provocan cambios bioquímicos a nivel muscular que contribuyen a una mejoría en el estado inflamatorio y en la función muscular. Estas mejorías se producen como respuesta al ejercicio, en parte debido a la disminución de la producción de mediadores de la inflamación por las células inmunes, así como también debido a adaptaciones que ocurren localmente en el músculo esquelético.
- Como se mencionaba anteriormente, el músculo esquelético produce y secreta diferentes mioquinas, entre las cuales cabe destacar la IL-6, quien media cambios metabólicos inducidos por el ejercicio. Los niveles de IL-6 se incrementan hasta 100 veces durante el ejercicio con la contracción muscular, y su producción incrementa los niveles de citoquinas anti-inflamatorias (como lo son el antagonista del receptor IL-1 e IL- 10) y se reducen los niveles de TNF-alfa y la producción de IL-1a
- El ejercicio regular podría reducir el estado inflamatorio al potenciar antioxidantes endógenos. El ejercicio no solo conduce a niveles inferiores de marcadores inflamatorios, sino que también reduce la respuesta inflamatoria del ejercicio agudo. Se piensa que se inducen mejoras en el estado inflamatorio al modular las vías de señalización intracelular y la función celular, que es mediada por óxido nítrico (NO) y especies reactivas del oxígeno (ROS). La producción de estas moléculas se incrementa transitoriamente durante el ejercicio, lo cual induce mecanismos de defensa anti-inflamatorios.
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